Nuestra misión como hijos de Dios, compromiso
en nuestro bautismo,
es: proclamar el Evangelio. Por eso participamos
de la Eucaristía.
Hay personas
que asisten a la misa dominical obligados por una costumbre. Si conocieran,
en profundidad lo que celebramos en cada Eucaristía cambiarían
sus sentimientos. Jesús, en la última cena, nos dejó
un regalo grandísimo: ¡su presencia!, su cuerpo y sangre, para
que alimentados de Él, podamos anunciar el mensaje del amor de Dios
hacia nosotros. Asistir a misa también significa: despedirnos
de Jesús; como un buen hijo se despide de su padre cuando debe emprender
una misión importante en la vida. Antes de “ir y anunciar” el
Evangelio, nos acercamos a Jesús, escuchamos la palabra de Dios, recibimos
su bendición; ¡nos alimentamos de Cristo!, sentimos que Él
está con nosotros y obra a través nuestro. Dentro de la misa
todos los momentos son importantes. En la celebración de la Palabra
de Dios recibimos la gracia de aprender, profundizar, meditar, en nosotros,
lo que vamos a proclamar en el mundo. Luego celebramos la última cena,
la Eucaristía, en donde podemos fortalecernos y purificarnos, en y
con Cristo. Cuando un cristiano cumple esta vocación, vive la misa
de manera intensa y se transforma en un verdadero discípulo de Jesús,
dispuesto a salir al mundo para anunciar las maravillas del Reino.
(Padre Pío solía mantener
en alto el blanco pan de Cristo, en el silencio más profundo, más
místico, los minutos se sumaban a los minutos; en cierta ocasión
se tomó exactamente veinte minutos, pero aunque fuera la misa más
larga del mundo, al terminar los fieles quedaban en sus lugares por más
horas todavía, tal era la sugestión que recibían. - Del
libro de Antonio Pandiscia, “Padre Pío: Un campesino busca a Dios”).
Qué hermoso sería que comprendiéramos
de esta forma la Eucaristía, porque eso nos cambiaría la vida,
cada día seríamos más conscientes de que somos hijos
de Dios. La oración más grande que Jesús legó
al mundo, a la Iglesia, es la Eucaristía. ¡Nunca olviden esto!
En ella, Jesús está presente físicamente. La visión,
el gusto, nos pueden engañar pero, más allá del aspecto
de la hostia o del vino, aquellas palabras que Jesús pronunció:
-”Éste es mi cuerpo... mi sangre”, nos aseguran, por la fe y
la gracia de Dios, su presencia para nosotros. Es uno de los sacramentos más
grandes. En todos los otros sacramentos, Jesús está presente
pero, real, verdadera y concretamente, en la Eucaristía. Cada vez que
nos alimentamos de ese pan, de esa sangre, somos fortalecidos y amados por
Dios. Ese amor jamás obliga. Al contrario, simplemente nos invita a
compartir; sólo para que nuestra vida tenga abundancia de dones y así
podamos proclamar su bondad y su amor todos los días.
-
por Padre Ignacio Peries
- Fundación Cruzada del Espíritu Santo (Calle Mena 2284 - 2000
Rosario - Santa Fe).
¡Oh Dios Padre! que contemplas la Natividad del Señor, concede
que la fidelidad de María y la paz del niño Jesús,
sean tu bendición para nosotros hoy y siempre. Amén
HOSTIA:
¿Por qué todo esto les llega desde La Falda y no de otro lado?
Lo que pasa es que aquí no tenemos un santo patrón, el santo
patrón de la parroquia es Dios mismo, ¡el Santísimo Sacramento!
- "JESUS # 1"; mientras que María es patrona de la ciudad
(La Falda de Nuestra Señora del Carmen, es el antiguo nombre completo).
Había una vez en Lanciano, Italia, durante la Santísima
Eucaristía, un cura monje -que en el momento cumbre- se le cruzó
un pensamiento blasfemo: ¿De verdad el pan sin levadura se convierte
en el cuerpo de Cristo -transubstanciación- y el vino en sangre de
Cristo?. En aquel preciso instante la hostia se volvió una rodaja
de carne sangrienta y en la copa el vino se volvió sangre fresca. No
comulgó, y terminada la misa llamó a los superiores. En los
tiempos actuales un análisis bioquímico, hecho en una clínica
universitaria, la rodaja resultó ser carne viva (no cadavérica),
como si fuera recién cortada del tejido del miocardio de un corazón
humano vivo; la sangre que se ha coagulado -también humana- resultó
ser del grupo AB RH+, el mismo grupo que aquella del corazón. Además
resultó tener solamente 24 cromosomas (los 23 del óvulo de María más el cromosoma sexual masculino "Y") y no 46 como cualquier ser humano. Desde allí, cualquier interpretación protestante que quisiera interpretar la Santa Cena -así nombran ellos
la comunión con el cuerpo de Cristo- como celebración simbólica,
se queda corta.
Y en España hay otro prodigio ocurrido en la antiquísima
Capilla de Santa María, cerca del pueblo de Ibarra, situado en la comarca
de Segarra y en el obispado de Solsona, referente a la presencia real de Jesucristo
en el vino consagrado; donde comenzó a brotar del cáliz una
fuente de sangre tan abundante y copiosa que, derramándose, empapó
los corporales y no paró hasta esparcirse por el pavimento de la capilla
(todavía se conservan como reliquia los corporales tintos por aquella
sangre milagrosa).
Por
cierto, aún la sangre esté presente también en los
tejidos, se ve mejor sumergir la hostia en el vino, como hacen algunos sacerdotes
del movimiento carismático, para aplanar las críticas a la
forma de la celebración católica.
"El
valor de la vida" (Padre Ignacio)
"Una
mente negativa" (Padre Ignacio)
Puente sanador
de Cristo en la ciudad de Rosario, Padre Ignacio Peries