Inmersos en la sexta iglesia y en el sexto sello, la edad del “6”
preside nuestra vida. Una edad, en efecto, final. Según el
mito de la creación bíblica, la obra de Dios descansa
en el sexto día (...séptimo -para lo judíos,
el sábado-, en el sexto creó al hombre -¡Ay
de nosotros!- N. del R.). Y en el otro extremo del misterio, no
es una casualidad que las apariciones marianas -muy finalistas,
como ha quedado dicho-, insisten en el papel del Sábado,
el sexto día de la semana cristiana. ¿Acaso la Virgen
no aparece por el Occidente -la Tierra que hoy domina- y no viene
del Sol del poniente -el último sol del atardecer-? En estos
estados, cuando el frío y las tinieblas amenazan su extensión,
en las antípodas del sol naciente, las fuerzas del Anticristo
se encuentra liberadas. La noche será su reino. En la célebre
tentación del monte, el demonio ofrece a Cristo el dominio
del mundo a cambio de una simple adoración. Es sabida cuál
es la actitud de Jesucristo, pero ¿cuál ha sido el
comportamiento de los hombres en esto? Dos son los elementos por
los que, sin darse cuenta (recordemos que las facetas de la actuación
del Anticristo son la astucia, la apariencia, el engaño),
nuestra actual civilización planetaria muerde el veneno de
su paralización espiritual. Mediante el economicismo del
dinero y la transparencia, la Humanidad ha caído en una nueva
red de esclavitudes. Se dice que el poder monetario internacional
ha confirmado el papel del dinero como nuevo ídolo de adoración,
por el que el ser humano de hoy no ve nada más que por un
ojo (...o a lo mejor está ciego -N. del R.), por cuya servidumbre
sacrifica toda su existencia. Pero ello no es en sí demasiado
importante si no tuviéramos que añadirle un factor
nuevo, por el que el dinero pasa a ser sintético, a ser sustituido
por una tarjeta de plástico informatizada que permite transaccionar
en base a un fondo de crédito (...de “usura” -N. del R.),
y que además constituye la llave de nuestra desnudez completa.
Este sistema permitirá poner el mundo a nuestros pies, a
los pies de la colectividad, pero también -como en al pacto
de Fausto con Mefistófeles- los hombres terminan
encadenando sus almas y sus vidas. Las tarjetas se convierten en
las llaves de la trasparencia, por la que el hombre, al perder su
intimidad y su secreto, se declara “ciudad abierta”, una ciudad
no ya vulnerable, sino completamente entregada, indefensa, a merced
del paseo de toda suerte de enemigos. La cuestión de este
comentario tiene que ver con el Apocalipsis porque, como se ha podido
demostrar, la cifra “666”, el número de la Bestia apocalíptica
de que habla Juan, aparece con una frecuencia insospechada, alarmante,
en este mundo.
“Y aquí se requiere sabiduría. El que tiene entendimiento
que calcule el número de la Bestia, pues es número
de hombre. Y su número es 666”, o “Los valores numéricos
de las letras de su nombre suman 666” (Apocalipsis 13/18). M.
Stewart Relfe ha comenzado anotar el elenco de instituciones,
aparatos, tarjetas, etc., que han comenzado a usar, directa o indirectamente,
o comienzan a revestirse con este numero.
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